Alrededor
de los dos años y hasta los cuatro, o incluso los cinco, los niños viven una
etapa típica de negación. Con esta actitud, su objetivo no es fastidiar a sus
padres, sino encontrar su propia identidad. Hasta los 18
meses, el niño se ve como parte de su madre, como un todo indivisible –ella le
da de comer, le viste, le lleva de un lado a otro…-; pero a partir de esta
edad, comienza a ganar autonomía y capacidad de movimiento y
aumenta el conocimiento del mundo que le rodea, y es entonces cuando empieza a
darse cuenta de que es un ser independiente.
Tu
actitud, decisiva
Ni
concederle todo lo que pide, ni ignorarle. Tu forma de reaccionar ante sus
exigencias y negativas continuas es fundamental. Mantente en una posición
ecuánime y tranquila, y sobre todo, coherente. Debes lograr la difícil
tarea de conseguir que te obedezca y, al mismo tiempo, facilitar su conquista
de la autonomía. Marcar unos límites claros a sus deseos de imponerse le
ayudará a formarse un buen concepto de su propia individualidad. Sigue estos
consejos:
·
Dale órdenes claras y
directas. “No tires el juguete, “ponte las
zapatillas”… No utilices las vaguedades –“trata bien el juguete que se rompe”-
o las ironías –“las zapatillas están tristes y solas en la habitación”-, ni le
des varias órdenes en una misma frase “ponte las zapatillas, lávate las manos y
luego tómate el zumo”, porque se aturdirá y no seguirá ninguna.
·
Ni le grites ni
discutas con él. Plantéale opciones cuando creas
que él puede decidir –“¿jugamos a pintar o a hacer construcciones?”- o bien
procura disuadirle y dejarle tiempo para reflexionar cuando te diga que no a
algo que sabes que en el fondo le apetece –“si no vamos al parque no podrás
montar en el columpio”.
·
Utiliza los tratos. Hazle
ver una satisfacción al final de una orden. Así, comprenderá que ceder tiene su
recompensa.
·
De la negación a la
rabieta. Si después de un “no”, tu hijo no
ha logrado imponerse, puede que su frustración termine en rabieta. Mantenerte firme en ese momento es la mejor
forma de ayudarle a superarla. Pequeños niveles de frustración son muy
recomendables porque consiguen que el niño aprenda a diferenciar entre el deseo
y la realidad, algo fundamental para enfrentarse al mundo el día de mañana. Por
tanto, no cedas a sus peticiones por muy incómoda que sea la situación que te
haga vivir tu hijo con su rabieta. Espera que se le pase y, a continuación,
dialoga con él, tratándolo con cariño.
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